El hombre del piano




Piano Man
(Billy Joel)

Anochece en el bar de la esquina,
la clientela comienza a venir.
Hay un viejo sentado a mi lado
seduciendo a su copa de anís.

Me suplica que entone un recuerdo.
No sé muy bien cómo es,
pero es dulce y es triste y mis ropas de ayer
solían saberlo muy bien.

Aporrea otra vez tu piano,
Cántanos esa vieja canción.
Nuestro humor acompaña a la música
y nos sentimos ya mucho mejor.

John, el dueño, es muy amigo mío,
me deja beber sin pagar.
Y aunque tiene el cigarro y la risa perennes,
querría irse a otro lugar.

Dice: «Bill, esto me está matando»,
mientras su risa trata de huir.
«Podría ser una estrella de cine
si lograse marcharme de aquí».

Estribillo

Doña Celofán


Mr Cellophane
(versión para mujer) 

Si de repente entre la gente alguien
Comienza a gritar como un loco
Y agita las manos
Y mueve los pies…
… ¡le miraréis!

Si alguien en el cine a vuestro lado
Chilla: "¡Fuego! ¡Me estoy quemando!
¡Vamos a morir achicharrados!"
… ¡le miraréis!

E incluso sin tener que cacarear
Cualquiera es escuchado alguna vez
A menos que ese alguien resulte ser
Invisible, intrascendente…
… ¡yo!

Celofán
Doña Celofán
Tengo el nombre mal
Doña Celofán
Porque podéis mirarme
E incluso tocarme
Y no sabéis quién soy

Parad los relojes…

Parad los relojes, cortad el teléfono,

engañad con un hueso el ladrido del perro;

acallad los pianos y, con tambores sordos,

que se acerquen los dolientes cuando traigan el féretro.



Dejad que los aviones se lamenten

dibujando en el aire el mensaje “Él ha muerto”;

teñid con crespones los blancos cuellos de las palomas

y que hasta los guardias calcen guantes de algodón negro.



Él era mi norte, mi sur, mi este y oeste;

mi semana de trabajo y mi domingo de descanso;

mi mediodía, mi madrugada, mi voz y mi canción.

Creí que el amor era eterno: estaba en un error.



No se necesitan ya estrellas, extinguidlas una a una;

desenroscad el sol y meted en un saco la luna,

vaciad los océanos y arrasad los bosques

porque ya no hay para mí felicidad futura.

W. H. Auden, traducción de Paula Zumalacárregui

El demonio y la bollera

The Dyke and the Dybbuk, de Ellen Galford


Traducción de Paula Zumalacárregui Martínez



Esta es una obra de ficción. Todas las personas, sectas religiosas y entes del inframundo son puramente imaginarios, y cualquier parecido con la realidad (críticos de cine, taxistas, demonios y fundamentalistas) es pura coincidencia.


1. Antes del comienzo

Si el planeta Tierra se sale mañana de su eje, echadle la culpa a Rainbow Rosenbloom.

Si nos abofetea un asteroide errante, nos engulle un agujero negro o nos envenena un líquido que se filtre por esta capa de ozono nuestra hecha jirones, no dudéis en cargarle el muerto a ella.

Por el deshielo de los casquetes polares, la desaparición del leopardo de las nieves y la acidez de los mares, Rainbow tiene que pagar el pato.

¿Que no es justo? Bueno, la vida tampoco.

Estas son las normas básicas: hay 613 mandamientos que cualquier judío que habite el mundo en cualquier época tiene que cumplir obligatoriamente. Romper aunque solo sea uno de ellos trastorna el universo y desbarata por completo la Creación. Al más puro estilo efecto mariposa.

Menuda herencia de culpabilidad, ¿no? Falsas acusaciones de infanticidio, propagación de plagas y una ejecución política en la Judea romana parecen menudencias en comparación.

Fijaos en Rosenbloom: treinta y tantos años, aficionada a los frutos prohibidos y sin una falda en el armario ni un marido en la cama.

Al no casarse, Rainbow ha hecho algo peor que escabullirse con engañifas de una fiesta familiar: se ha burlado de la ley, establecida en el Levítico. La forma que tiene Rainbow de vivir y de amar —cuando se presenta la oportunidad, cosa que no ha ocurrido últimamente— implica actos inenarrables que se pueden comparar con el de arrojar al fuego a los propios hijos en sacrificio a Baal.

Y, hablando de hijos, se ha saltado a la torera la obligación por antonomasia de las mujeres judías: ser fecundas y multiplicarse para repoblar la tribu. No ha hecho nada por reponer las legiones que en los últimos tiempos se han precipitado por un agujero en la historia.

Rainbow no ha pisado una sinagoga en veinte años; en lugar de eso, la encontraréis en el cine. Como crítica para la revista Outsider, la publicación de la cultura gay y lésbica más importante a nivel europeo, ha transformado su pasión por los ídolos en una vocación.

Pero ¿qué clase de trabajo es ese para una Buena Joven Judía?

Mucha diversión, un poco de gloria, pero se cobran cuatro bubkes (cuatro perras, como diríais por allí).

Y por eso en estos momentos la encontramos conduciendo un taxi por las calles de Londres. Tampoco es que sea la típica ocupación de una B.J.J., pero tal vez satisfaga cierto anhelo nómada, innato en esta hija de una tribu errante.

Pero basta ya de chismorreos. Estamos a punto de parar su taxi.

Lady Lázaro

Lo he hecho otra vez.
Un año de cada diez
lo consigo:

una especie de milagro andante, mi piel
brillante como la pantalla de una lámpara nazi,
mi pie derecho

un pisapapeles,
mi rostro un rico paño judío,
un lino sin rasgos.

Despega la tela,
ah, enemigo mío.
¿Te doy miedo acaso?:

Solo en compañía

la carne cubre el hueso
y ponen un cerebro
y a veces
también un alma allí dentro,
y estrellan las mujeres
jarrones contra la paredes
y los hombres beben
demasiado
y nadie encuentra
a ese alguien
pero siguen
buscando
metiéndose en camas
ajenas.
la carne cubre
el hueso y
la carne busca
algo más que
la carne.

Por qué amo tu cuerpo

pongo tu cuerpo
  entre el mío
    y el historial de los horrores

tu dulce lengua
serpentea entreabriéndome los labios

tu amplio pecho
golpea maduro contra mis costillas

tus delgadas piernas se enredan
con las mías, vides gemelas

tu cremosa humedad
se me escurre entre los dedos